Elvio Romero

Carta a Julio Correa

Julio: vuelvo a escribirte ahora, madurado
En este oficio amargo de recordar mi tierra,
Llena de estragos hondos y un sino desolado,
La que dejó mi vida tendida en su costado
Izando hasta su cielo las sombras de la guerra.
 
Te recuerdo plantado como un árbol frondoso
Ante el nivel caliente de un crepúsculo abierto,
Árbol antiguo, agreste; ramaje poderoso
De empurpurada tierra, de polvo fragoroso
Resumiendo el silencio del paisaje desierto.
 
Cuando imagino, Julio, que allí la vida tiene
Un telón de sombrío derrumbe oscurecido,
Que es una rosa ardiente la pasión y sostiene
El corazón su rama de espinos, se me viene
La voz en hondo trueno de tizón encendido.
 
Te alcanzó en el sendero la vida más amarga,
Y su sabor amargo lo llevaste prendido
Como algo que en la densa soledad nos descarga
Una dura tristeza, una tristeza larga
Arándonos el pulso y el puño decidido.
 
Has conocido al hombre cuando enseñó el severo
Reverso de su sangre poderosa y bravía,
Que luego se hizo fuego vibrante y sol señero,
Torrentera boreal, remanso verdadero,
Abriendo por los montes tajos de valentía.
 
Todo fue un tiempo clara severidad, tranquilo
Beso del esplendor en la luz mañanera,
De roja claridad acostada en el filo
De la tarde, del limpio albor llevando en vilo
El amor, la mies clara, el sol, la primavera.
 
Después... ¡lo que sabemos! ¡Viejo dolor ceñido
Al bulbo terrenal que la vida sustenta;
Viejo dolor de pueblo castigado y caído,
De pueblo que levanta su ardor amanecido
En la humillada noche como dura tormenta!
 
Después: ¡lo que sabemos! ¡La libertad vendida,
Vendido el cielo claro, vendidas las amigas
Albas que demoraban su ramazón florida,
Vendido el aire suave, la brisa atardecida,
Vendido el corazón, vendidas las espigas!
 
La libertad fogosa reclama nuestra mano,
Dulce como los sueños, roja como la brasa
Radiante que resalta hacia un confín lejano;
La libertad, tan simple como el trigo lozano,
Cual la mesa raída y el vino de tu casa.
 
¿Escucharás también la nueva melodía?
¿No has aguardado acaso que la vida recobre
La fabulosa gracia de vivir la alegría,
De vivirla en las cosas más tiernas cada día,
En el bucle de un niño o en tu mantel de pobre?
 
Cuando regrese, Julio, habrá flores dichosas
Acogiendo el anuncio de las nuevas semillas.
Todo tendrá el aroma de las cosas sencillas.
La tierra, el alba pura se abrirán generosas.
Nosotros, como siempre, ¡cantando maravillas!

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