Danielle

Soledad.

Mi soledad me acompaña esta noche,
viste un traje largo con un elegante broche,
sabe cómo entrar a la habitación
y también sabe cómo apoderarse de una canción.
Mi soledad se bebe un café sin azúcar
amargo como a ella le gusta,
se sienta a mi lado y me dice lo mismo:
“¿No podrías al menos salir a caminar?
me harías más divertido el venirte a acompañar.
Tienes tantos amores sin nombre,
que no recuerdo a qué mujer u hombre
lo llevé a su casa de madrugada
cuando tú dijiste no querer nada”.
Mi soledad sabe lo que debo escuchar,
pero no entiende que debería callar
cuando mis ojos están nublados
y mis brazos se encuentran cerrados,
sin espera de un cálido consuelo,
sólo mirando hacia el suelo,
esperando no sé qué cosa
de alguna otra persona
qué me quiera acompañar
en esta mi amarga soledad.

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