Oh, ese hablar sencillo,
de la gente en el prado,
que al oído es un regalo,
y para el alma, destello.
Con dulzura y sin apuro,
su canto siempre perdura,
estribillos de la vida,
melodías bien tejidas,
que al corazón hacen eco,
susurros de amor sincero.
En cada frase se siente
la esencia de lo profundo,
cultivando el amor tierno,
que une a todos en frente.
Las voces del campo, ardientes,
nos llenan de paz, valientes,
en la brisa se despliega
una historia que se niega
a perder su luz brillante,
en el alma, siempre constante.
Las flores en el sendero,
susurran cuentos de antaño,
y el viento lleva en su paño
la sabiduría, un derrotero.
Cada palabra, un lucero,
que ilumina al viajero,
y en la sencillez, el canto
se convierte en un encanto,
un lazo que nunca se quiebre,
un amor que siempre celebre.
Así, en la tierra amada,
las voces nunca se apagan,
se entrelazan y nos abrazan,
en la vida bien sembrada.
Oh, el campo, su morada,
su hablar, joya consagrada,
es un eco de la unión,
un tesoro en el corazón,
que al oído da delicias,
y al alma, mil codicias.