Los cuerpos no se tocan, se dibujan,
pulidos por la ley de lo correcto,
sin roce, sin lenguaje, sin dialecto,
guardando lo que callan y no empujan.
La forma se construye sin error,
con líneas que desvían el instinto.
No hay pliegue, ni humedad, ni laberinto,
sólo una geometría sin ardor.
Y sin embargo, tiembla lo que calla,
debajo del acero se presiente
un pulso que no espera ni se halla.
No hay tacto, mas la ausencia es evidente:
lo no rozado gira, arde y estalla,
dejando su temblor latente y presente.