Josefina, en mi sangre resuena tu latido,
un eco que no cesa, constante y encendido.
Eres alba en mi noche, farol en mi quebranto,
la estrella que me guía cuando en sombras me planto.
Te busco en cada surco que el viento desordena,
en la espiga que danza vestida de azucena.
Te hallo en la montaña que besa los confines,
en la brisa que estalla rompiendo los jardines.
Tu nombre es rosa que nunca se marchita,
el verso en que la vida dulcísima palpita.
Oh, voz que en mi garganta renace victoriosa,
perfume de la tierra, canción de mariposa.
Si el hambre me condena con garras despiadadas,
si el tiempo me encadena con sombras afiladas,
serás, entre la ruina, rocío en mi sendero,
clemente flor del alba, fulgor en mi desvelo.
Oh, amada, si la muerte me cerca con sus lazos,
serás eternamente refugio entre mis brazos.
Y si el mundo me olvida, si el polvo me deshace,
mi amor en los trigales su canto ha de dejarte.