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Elideth Abreu

Eterna en mi palabra

 
Josefina, lucero que inflama mi sendero,
primavera que brota del surco más sincero.
Tus manos, amapolas que el alba despereza,
tu aliento, tibia brisa que el campo reverdece.
 
Eres luz en la sombra que el duelo me condena,
naciente surtidor en mi tierra desierta.
Tu risa es un arroyo de diáfana ternura,
que besa con su espuma la piedra más oscura.
 
Te nombro en las espigas que el viento desordena,
en la miel que rezuman las flores de la almena.
Eres surco en mi pecho, raíz de mi estandarte,
estrella inmarcesible que el cielo no comparte.
 
Si el hambre me doblega y el mundo me silencia,
si la sombra me cerca con su áspera sentencia,
serás, entre las ruinas, la voz que me redime,
el soplo que en la herida dulzura deposita.
 
Oh, amada, si la muerte me exige despedida,
mi verso ha de llevarte por siempre en su semilla.
Que un día, en los trigales, mi canto renacido
despierte de tu boca un beso florecido.

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