Tenías el alma
como un canto sereno,
un río escondido
que, callado, fluía
hacia mis manos abiertas,
sedientas de ti.
Tu voz llegaba
como brisa del alba,
silenciosa pero cierta,
y en cada palabra
dejabas la huella
de un misterio infinito,
de luz sin nombre.
Era tu mirada
un espejo profundo
donde mi ser temblaba,
y tus pasos,
ese eco suave
que nunca se apartaba
de mi sombra.
Y así vivías,
en lo invisible que queda,
donde el amor no cesa
y el tiempo calla.