Te pienso despacio,
como se pronuncia un secreto al borde del agua,
y el viento borra mis dudas
igual que un beso desplaza al silencio.
Tu piel es el eco
que mi cuerpo aprendió a nombrar sin palabras,
un lenguaje antiguo que danza entre nuestros latidos.
Nos encontramos allí,
donde el deseo se convierte en río
y la memoria pierde sus bordes.
Tus ojos son faros
que incendian mis noches más frías,
y cada caricia tuya es una brújula
llevándome de regreso a la calma.
Amar es habitar tu risa,
beber el sol desde tus labios,
y trazar con mi aliento
las constelaciones que duermen en tu espalda.
Somos tiempo suspendido,
instante eterno en el roce fugaz,
un puñado de estrellas
derramándose sobre la piel del universo.