Sonó un violín en París, melancólico y hondo,
como un susurro del viento en las calles sin sol,
se quebró en las esquinas su canto redondo,
como un eco lejano de un viejo amor.
Bajo faroles de niebla y promesas dormidas,
la música danza con pasos de ayer,
y en cada acorde renacen heridas,
que el alma se empeña en querer entender.
Los balcones murmuran secretos de antaño,
las sombras se visten de azul carmesí,
y un violín solitario, con dulce desengaño,
desgarra la noche, susurra un “aquí”.
Ruega la lluvia con dedos de ausencia,
se pierde el perfume de un beso sin fin,
y el tiempo, ese sabio de larga paciencia,
se acuna en las cuerdas de un triste violín.
Sonó un violín en París, y en su lamento,
latía el suspiro de un mundo sutil,
quizás fue el amor o tal vez solo el viento,
jugando a perderse por todo el abril.