No me la alces, nube clara, por favor,
que su vestido aún danza entre los trigos.
La vi dormir soñando con abrigos,
y en su suspiro me quedó el calor.
No la conduzcas donde muere el sol,
que allá no sé cuidar de sus peligros.
Yo soy su madre, trazo sus caminos
con leche, con canción, con puro amor.
Que el cielo espere, y deje que ella juegue
con la paloma azul de la mañana,
con su tambor de luz y su muñeca.
No le quitéis el barro de la tregua,
ni la flor que en el patio se desgrana—
dejádmela en la risa que me entregue.