Mi pecho retumba de hambre hueco,
como un tambor sin ritmo ni latido,
es grito ahogado de un pan no nacido,
es peso de un mañana roto y seco.
La tierra da frutos, pero al muñeco
de barro y polvo, le niega el sentido;
el hambre es puño feroz y torcido
que me arrastra al fondo de su repecho.
El sol quema igual a santos y hambrientos,
la luna gotea sudor en los techos,
y en la sombra todos somos fragmentos.
Pero aún sigo, entre trapos deshechos,
como rueda que gira en sus tormentos,
llevando el vacío dentro del pecho.