En brasas de tu aliento mi alma se consume,
despiertas los volcanes que laten en mi pecho.
Tu piel es el rescoldo de un fuego que presume
ser llama que me abrasa, fulgor que no deshecho.
Tu voz, hilo de seda que enciende los abismos,
me arrastra sin remedio al vértigo candente.
Tus manos son caricias que rompen los ciclismos,
y en ellas me abandono, sin margen, libremente.
Eres la eternidad que quiebra mis cadenas,
un templo donde el tiempo se inclina a venerarte.
Te amo con la furia de selvas y de arenas,
con sangre que en su flujo no sabe desbordarte.
Tu nombre es el latido que mi pasión encierra,
el fuego inmortal que arde, sin tiempo en la tierra.