Eco en el bosque su voz repetía,
repetía palabras que nunca eran suyas,
suyas las penas, las horas tan crudas,
crudas las sombras que el alma escondía.
Narciso en el agua su rostro veía,
veía reflejos de pasiones mudas,
mudas las ansias que en su pecho anudas,
anudas deseos que el viento barría.
Eco quedó en susurros perdida,
perdida entre ramas que callan su canto,
canto de amor que nadie atendía.
Y Narciso, en su reflejo tan santo,
santo en su imagen, halló despedida,
despedida que el destino tejía.