El tiempo va deprisa y no perdona,
se escurre entre mis manos, fugitivo.
Sus horas, como el viento, son testigo
de un mundo que se apaga y que abandona.
Las huellas en mi piel son su corona,
recuerdo de un ayer dulce y esquivo.
Sus sombras, como espejos sin motivo,
reflejan lo que fui, mas no razona.
Se acerca ya la noche sigilosa,
su manto cubre el mar con luz dorada,
sus olas van cantando su derrota.
Y miro en la distancia la callada
figura de un adiós que, presurosa,
se pierde en el vaivén de la jornada.