Esa mañana gris, fría y callada,
que el invierno pintó con sus caricias,
soñé con su silueta, sus delicias,
y el fulgor que en mi alma la tornaba.
Su imagen de luz fue dibujada,
bordando en mi interior las primicias
de un amor que destierra las malicias,
una llama en mi pecho ya encarnada.
Su andar, que en los abismos me sostiene,
es trazo inmortal de musa eterna,
en mi mente, su esencia se mantiene.
Y aunque el invierno su rigor gobierna,
mi corazón su imagen ya contiene,
pues su fulgor la soledad alterna.