Desde tiempos inmemoriales, la poesía ha sido mi compañera constante, una presencia sutil que impregna cada rincón de mi existencia. En las mañanas luminosas, susurra en el canto de los pájaros, y en las noches serenas, se oculta en el brillo de las estrellas.
En los momentos de alegría, la poesía danza en mis palabras, tejiendo versos de júbilo y esperanza. En las horas de tristeza, se convierte en el refugio donde mis lágrimas encuentran consuelo y mis pensamientos hallan voz.
A través de sus rimas y metáforas, he descubierto mundos invisibles, paisajes del alma que solo el lenguaje poético puede revelar. La poesía ha sido el puente hacia lo inefable, la llave que abre las puertas de lo sublime y lo eterno.
Siempre he estado cerca de la poesía, porque en ella encuentro la esencia de lo humano, la profundidad de los sentimientos y la belleza de lo cotidiano. Es la melodía silenciosa que acompaña mis días, el hilo invisible que conecta mi ser con el universo.
Y así, en este viaje interminable, la poesía y yo seguimos entrelazados, compartiendo el mismo aliento, latiendo al unísono en el vasto poema de la vida.