Anoche olvidé tu nombre
entre copas y pecados,
las farolas de la calle
me arrullaban desvelado.
Y en el humo de la espera
dibujé tu piel prestada,
con la tinta de un bolígrafo
robado a la madrugada.
El destino tiene un bar
donde nunca cierran puertas,
donde brindan los cobardes
y se embriagan las apuestas.
Yo pedí la última ronda
y brindé con tu fantasma,
que se sienta a mi derecha
cada vez que el alma sangra.
Te escribí en servilletas
una historia mal contada,
con los versos de un poeta
que aprendió a perder batallas.
Y al final de cada línea
me sobraban despedidas,
porque nunca supe amarte
sin poner fecha de huida.
Ahora ando por los bares
donde fuimos casi eternos,
preguntando por nosotros
a los vasos medio llenos.
Y aunque ya no queda nada
del naufragio que vivimos,
me resbalan las promesas
como lluvia en los tejados fríos.
Pero a veces, por la noche,
cuando el alma se desnuda,
se me cuela tu recuerdo
y me embriago de tus dudas.