Me encontré con la luna en un bar de Madrid,
iba rota de insomnio, de alcohol y de prisa,
me pidió que le diera un par de razones
para no despeñarse en la esquina de un piso.
Le conté que los martes aún duelen a solas,
que la vida se embriaga de cuentas pendientes,
que los besos que sobran acaban en copas,
y que nadie rescata lo que no se pierde.
Me miró con la sombra de un tango en los labios,
con la urgencia cansada de un último intento,
y en su risa de humo con olor a fracaso,
se me fue entre las luces y un grito de viento.
Y así sigo, sin lunes, sin musas, sin nada,
con el alma al contado y la piel a deshoras,
regalándole a octubre mis noches gastadas
y vendiendo esperanzas a plazos, señora.
Porque en cada derrota me invento un futuro,
porque siempre regreso aunque a veces me pierda,
porque aún guardo el veneno más puro
en la tinta maldita de viejas promesas.