Quería regalarte estrellas,
esas que se enredan en el cielo como hilos de plata,
pero luego entendí que llevas constelaciones en los ojos,
y que cualquier luz sería poca junto a la tuya.
Quise llevarte el viento fresco de la mañana,
ese que despierta los campos y hace danzar los álamos,
pero noté que en tu risa ya habita la brisa,
y en tu cabello, la danza del aire libre.
Pensé en llenarte de canciones antiguas,
de esas que guardan nostalgia en cada acorde,
pero tus palabras son más música que los violines,
y en tu voz, cada silencio es una melodía eterna.
Al final entendí que no hay nada que pueda darte
que no hayas encontrado ya dentro de ti.
Así que solo ofrezco mis manos abiertas,
mi tiempo sin medida, y un lugar en mi sombra,
porque en tu mirada cabe el mundo,
y en mi amor cabe la certeza de saber
que lo mejor que puedo darte es este instante,
sin más adorno que el deseo de quedarme.