Puñados de perlas llueven a chorros,
se quiebran luciendo su blanco fulgor;
descienden del cielo como áureos tesoros,
bordando la noche con místico amor.
Resuenan susurros de espuma y cristales,
se vierten sin prisa, besando el tejado;
y en hilos de nácar, con tintes astrales,
se filtra la luna de plata y pasado.
Las sombras se rinden al eco brillante,
la brisa recoge su dulce fulgor;
y el mundo, en su lecho de luz palpitante,
reposa en los brazos de un sueño mayor.