Nada brilla como el alba
de su gracia y de su paz,
ni el oro, ni el pensamiento,
ni el fulgor de un alto mar.
Todo pasa, todo acaba,
todo es polvo sin raíz;
lo que el hombre cree eterno
es un soplo que se va.
Mas su amor no tiene sombra,
ni declina su verdad,
ni su luz se desvanece
como el día terrenal.
¡Oh, qué dulce es el camino
cuando es Dios quien da el andar!
Sus promesas son el viento
que nos lleva a su bondad.
Grande es todo lo creado,
pero nada es como Él:
su ternura nos sostiene,
su poder nos da el Edén.