Poema realista
El vidrio del autobús
refleja la ciudad como un cadáver:
las aceras cargan a los días sin dueño,
la lluvia barre los restos de una fiesta olvidada.
En el mercado,
las manos se cruzan sobre pescados muertos,
el precio del pan sube un centavo,
y un niño dibuja galaxias en el polvo.
Las horas pesan más después del almuerzo,
un hombre en traje de sastre cuenta monedas rotas
mientras sueña con carreteras vacías
y un atardecer sin deudas.
La televisión grita en las ventanas,
los perros se persiguen en un parque que ya no es verde,
y los sueños cuelgan de cables eléctricos,
balanceándose entre el viento y el olvido.
En la esquina,
la vieja que vende flores las despide con un suspiro,
como quien entrega cartas a un mar sin nombre.
