La vida, al nacer, nos entrega un fardo,
un peso invisible que hay que llevar;
cada quien, en su paso largo o tardo,
lleva sus penas sin reclamar.
El rico en su trono de oro y miseria
sufre en silencio su amarga ansiedad,
y el pobre, en su choza pequeña y seria,
llora su falta de necesidad.
El amor es llama que al alma abrasa,
y al mismo tiempo ternura y puñal;
quien ama conoce dicha que pasa
y un sufrimiento que nunca es igual.
El joven, en sueños, busca la gloria,
el viejo recuerda lo que ya no está;
cada quien escribe su propia historia,
y cada historia un pesar tendrá.
No hay senda limpia de sombra y quebranto,
ni paso exento de lucha y dolor,
y aun en la risa se oculta el llanto
como en la rosa se esconde el ardor.
El destino reparte penas sin tino,
no hay balanza justa para pesar;
la dicha es breve, fugaz como un trino,
y el duelo eterno como el azar.
Sin embargo, en el peso de esta jornada,
hay en las penas cierta verdad:
que sólo quien sufre en vida honrada,
encuentra en el alma la libertad.