Nací yo para adorarte,
Naciste tú para mí.
Destino en versos de mármol,
dictado en oro y rubí.
Los astros fueron testigos,
los dioses su bendición,
tejieron luz en los hilos
del alma y del corazón.
Tu voz es brisa que embriaga,
incienso de mi ilusión,
y en cada nota sagrada
mi pecho es un diapasón.
Si el tiempo en sombras me cubre,
si el mundo nos dice “no”,
seremos llama que sube,
eternos en nuestro amor.