Tu boca, un abismo sagrado,
custodia el fuego que calla la noche,
y al posar sus labios sobre los míos,
esculpe plegarias entre la carne.
En el roce, un pacto secreto,
una estrella fugaz entre venas ardientes,
un silencio que grita la fe escondida
de dos almas que se buscan eternas.
Ósculo que no es beso,
es bautismo en las aguas del alma,
donde el tiempo se curva y el instante
se desviste de su mortal condena.
El susurro de tu aliento,
un eco que se pierde en la piel,
me despoja de todo pecado,
me viste de infinito anhelo.
Sagrado, eterno, único;
ósculo que no sabe de muerte,
pues en sus alas se lleva
el aliento del universo entero.