Qué extraño don, los espejos,
esos que duplican el mundo
y lo encierran en un reflejo,
perfecto, simétrico, hondo.
En sus fronteras de vidrio
veo mi rostro y lo pierdo,
un eco inmóvil del tiempo
que nunca es el mismo día.
¿Son promesa o son engaño?
¿La verdad que no descansa?
Quizá en su brillo se avanza
a un abismo sin tamaño.
Benditos sean los cristales
que niegan la realidad,
pues en su breve verdad
se esconden cielos totales.