Entre el oro de la mies,
donde el trigo danza con gracia,
y el oro de la hoja seca,
que el otoño pinta con audacia,
nunca se atrevió a escoger,
temiendo perder su libertad,
pues ambos prometían encender
un fuego que su alma había de sanar.
La mies, promesa de sustento,
seguridad bajo el cielo estrellado,
la hoja, belleza pasajera,
un sueño fugaz en el viento helado.
Y así, vaciló, sin elegir,
entre el oro de vivir y el de morir.