Sus grandes muslos, columnas de carne,
sostienen el templo de Venus terrena.
Curvas que desafían la gravedad,
ondulaciones de placer y pena.
Lienzos de piel donde el deseo pinta
trazos de pasión con pinceles de fuego.
Cubismo de caricias y de formas,
donde lo recto se vuelve un juego.
Muslos que abrazan la cintura del mundo,
fronteras carnales entre el cielo y el suelo.
En su amplitud cabe toda la historia
del arte, del amor y del anhelo.
Son montañas de carne palpitante,
valles donde se pierde la cordura.
Picasso los habría fragmentado
en mil facetas de lujuria pura.
Muslos que son más que simple anatomía,
son la exageración de lo humano.
En su vastedad se lee el poema
que la naturaleza escribió con su mano.
Grandes, sí, como el hambre del artista
por capturar la esencia de la vida.
En estos muslos, el universo entero
encuentra su forma definida.