Desnuda eres un mapa dibujado al tacto,
una calle donde el viento se atreve a detenerse.
Cada esquina de tu cuerpo guarda historias
que se murmuran en el borde del silencio.
Eres un sendero que se desdobla en la piel,
un laberinto sin salidas,
y yo, perdido con gusto,
trazo rutas que sólo existen en mis manos.
Hay tardes que caen en tus hombros,
madrugadas que despiertan en tus caderas.
Cada curva es un atajo hacia la memoria,
un camino que no se recorre dos veces igual.
Desnuda eres más verdad que palabra:
como un suspiro que se convierte en río,
como una tormenta que no avisa.
Y yo, navegante sin brújula,
me aferro a la certeza de tus orillas.
Tus silencios son luces en medio de la noche,
luces que titilan, como esperando.
No eres ciudad ni destino,
sólo un horizonte que me llama
una y otra vez hacia lo desconocido.
Y allí, en tu piel sin caminos marcados,
aprendo a desandar mis pasos,
a escribir mi nombre
en cada rincón de lo que nunca termina.