El hierro canta en la fragua,
llora el fuego sin cesar,
y cada golpe que suena
parece mi alma temblar.
Martillo que va golpeando
sobre el yunque de la vida,
en cada golpe va ardiendo
mi pena más escondida.
El viento lleva un lamento,
brasa de eterno dolor,
como el hierro, me hago fuerte
en el fuego redentor.
No hay cadenas que me aten,
que el alma sabe volar;
aunque en la sombra me pierda,
la luz me ha de encontrar.
Martinete, canto amargo,
que en la noche quiere arder,
en el eco de tu queja
encuentro fuerzas pa’ ser.
Forjo mi vida en el duelo,
como un metal que al final
resplandece ante el cielo
con brillo eterno y cabal.