Luna, que alumbras la senda callada
del que en la sombra su pena dejó,
canta en la brisa la voz de mi pueblo,
canta en el alma de quien la soñó.
Ángela entibia su luz con su fuego,
Julia la envuelve en su dulce emoción,
Rodrigo le entrega su canto sincero,
Juan Carlos la alza con su corazón.
Y Lito, en las teclas del viento y del río,
dibuja nostalgias de un viejo querer,
donde el monte y la zamba se abrazan
como el río y su fiel atardecer.
Cautiva en la noche de huellas perdidas,
la luna es un canto que nunca murió,
porque en cada estrella que brilla en Cosquín
vuelven las almas que el pueblo cantó.