Las tardes de mi infancia
Jugaba entre las grietas del patio viejo,
mi mundo era un reloj sin campanario.
Un trompo dibujaba su reflejo
y el sol dormía lento en el armario
de aquel rincón sin tiempo ni consejo.
Mi abuela desgranaba su ternura
en hilos de cebolla y de albahaca,
su voz—tan suave—era una partitura
que aún canta cuando el alma se me opaca
y el pecho busca abrigo en su dulzura.
Las piedras eran fichas de aventuras,
los charcos, universos diminutos.
Creía que los sueños y las curas
cabían en frasquitos diminutos
que hallaba entre sus cajas de costuras.
Mi cama era una balsa entre los cuentos,
mi padre, un mago serio entre sus libros.
La noche descendía con sus lentos
fantasmas de papel y de suspiros,
y el miedo era vencido en los inventos.
