El can aúlla sin razón nocturna,
Ni estruendo que crezca en la curva cercana.
El misterio envuelve su voz nocturna,
Quizás instinto bestial que lo llama.
De cánido fiero, su lamento,
Rompe el silencio, inquietud que estalla.
El aire se impregna de un sentimiento
De melancolía, que el alma acalla.
Las palabras se ahogan en su garganta,
Gritos ahogados que el viento esparce.
Un eco de penas que el tiempo espanta,
Dejándonos solo el dolor que rebasa.
El ladrido cesa, queda el vacío,
Un vacío que el alma no comprende.
Solo el recuerdo de aquel sonido bravío,
Testigo de un amor que ya se fue.