Desde la piedra callada,
el eco oscuro me nombra.
Un canto nace del abismo,
entre raíces y musgos,
se alza como un grito de agua.
Yo soy quien escucha,
quien, al borde del aire,
se detiene a buscar la sombra
donde la luz se quiebra,
donde la voz del cerro
es también la mía.
Todo se pliega:
la noche tiende su manto,
el viento acaricia los techos de barro,
los cerros descienden en su penumbra
y un hombre, solo,
reclama su fuego perdido.
Canta, entonces,
y que su voz desgarre el silencio.
Canta para recordar
que no somos roca ni polvo,
sino el temblor breve
de un sueño que arde.