No es en la cima del monte
ni en el fulgor de lo inalcanzable,
sino en la brisa que roza la piel,
en el agua que canta en las manos,
donde la vida se revela.
Hasta un menor lo sabe:
la trascendencia no es un eco distante,
sino el latido de lo inmediato,
la caricia de una palabra precisa,
la luz que cabe en un verso breve.
Porque la poesía no es huida,
es el arte de quedarse,
de mirar con asombro lo simple,
de encontrar en lo fugaz
la eternidad escondida.