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ElidethAbreu

La Rutina del Amanecer

La rutina despierta antes que el sol, escondida en el leve murmullo de la madrugada. Se despereza junto al primer bostezo del cielo, estirándose en la penumbra, como un hilo invisible que entreteje el día. Ahí está, sin faltas ni olvidos, esperando en silencio, siempre puntual, como un reloj que no necesita cuerda.

Llega con el crujido del suelo bajo los pies descalzos, con el agua fría que acaricia la cara aún soñolienta. En cada acción repetida late una nostalgia disfrazada de costumbre: el café que hierve como si contuviera la promesa de otro día igual, la prenda que se elige casi sin pensar, y el trayecto conocido, que se recorre como si el cuerpo lo recordara mejor que la mente.

La rutina, fiel compañera, nunca exige aplausos ni novedad. Su poder reside en la calma de lo previsible, en la certeza de lo inmutable. Nos envuelve como una bruma ligera, dando forma al caos que amenaza con desbordar. Y aunque parece anodina, guarda secretos: el destello del sol sobre la taza, el canto solitario de un pájaro que siempre aparece a la misma hora, o ese instante breve donde todo parece detenerse antes de arrancar de nuevo.

La rutina es un lazo que nos sujeta al presente, un faro que nos guía entre los días idénticos, pero distintos. Cada amanecer, ahí está, esperando sin prisa, paciente como una sombra que se alarga con el sol. Y aunque a veces le tememos, la rutina tiene su propia poesía, su manera sutil de recordarnos que vivir es repetir, pero también descubrir lo extraordinario en lo habitual.

Es el primer suspiro del día, el eco constante de lo que hemos sido y lo que seguiremos siendo. Un ritual sencillo que nos ancla, que nos recuerda que siempre, incluso en lo más pequeño, la vida sigue ahí, latiendo despacito.

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