El silencio se alza, etéreo, en su fuga,
como un velo de sombra que besa la luz.
La noche lo borda con hilos de espuma,
y en sus pliegues profundos se esconde la cruz.
En su ritmo se escuchan mil ecos perdidos,
las huellas del alma, del tiempo fugaz,
un canto que arde en lo no comprendido,
y el llanto invisible del mundo voraz.
Susurra verdades que nadie reclama,
y guarda en sus brazos secretos sin voz.
El silencio es un templo que se inflama,
un abismo de sombras, un eco de Dios.
Es la danza que envuelve la carne y el alma,
y convierte lo efímero en huella feroz.