Las estrellas susurran versos
con un fulgor que arde y brilla,
latiendo en ecos inmortales
como un río de luz divina.
El alma es llama en su danza,
despierta un pulso estelar,
y entre las sombras errantes
deja un destello sin final.
Es un fuego que no se apaga,
un sueño que quiere alzar
alas de oro, de fuego puro,
hasta la cumbre sideral.
Y en su ardor, su voz encierra
lo inmenso, lo celestial,
pues todo amor, si es eterno,
es un sol que no se va.