En la brisa suave del amanecer,
caminó Jesús con un poder de creer.
Manos callosas de carpintero fiel,
tocaron al mundo con gracia y con miel.
En el agua calma su sombra flotó,
sobre olas inquietas su paso brilló.
La tormenta rugía, feroz, sin final,
pero su voz dijo: “¡Silencio!” y paz total.
En un campo seco de hambre y sudor,
partió panes simples con tanto fervor.
Peces humildes llenaron el mar,
de vida y sustento, un milagro sin par.
A un ciego le habló con ternura y amor,
sus ojos abiertos vieron el color.
El cojo saltó, el mudo cantó,
su espíritu santo al mundo abrazó.
Y en cada milagro, su mensaje vivía:
amor, esperanza, la luz que guía.
Jesucristo, maestro, pastor celestial,
milagro viviente de amor sin igual.