Anoche cerré la puerta
y dentro quedaron los días sin nombre,
los trenes que no tomamos,
el pan que partimos con las manos frías.
En la mesa,
las migas dibujaban mapas de otros cuerpos,
las sillas torcidas contaban historias
que nadie quiso escuchar.
Fuera, la ciudad seguía sin nosotros,
como un animal herido
que no se detiene a lamerse la herida.
Yo también aprendí a no detenerme,
a caminar sobre las horas huecas,
a cargar la memoria
como quien arrastra una maleta rota.
Pero el invierno siempre vuelve,
desordenando el olvido,
dejando cartas sin abrir
en la puerta de casa.
Y entonces te miro en la sombra de las cosas
y sé que, aunque todo se ha ido,
nada se ha ido del todo.