El día empieza como siempre.
Un café que se enfría en la mesa,
una ventana que no da a ningún lado.
Las calles tienen prisa,
pero yo no.
La lista de pendientes me observa desde el escritorio.
No es una lista, es una sentencia.
Llamar a alguien, responder algo,
recordar quién soy
o quién debería ser.
El sol insiste en entrar,
pero la cortina no cede.
Hay un vecino que canta mal,
pero canta.
Y eso es más de lo que yo hago.
El reloj avanza como si supiera a dónde va.
Yo lo sigo, sin preguntas.
Sin destino.