Al raso en el silencio de la noche,
cuando el cielo en diamantes se encendía,
nació el Sol, que la sombra confundía,
y al mundo abrió del alba su derroche.
Entre pajas de un pobre y frío broche,
reposaba el amor que redimía;
el Verbo se hizo carne en alegría,
y el cielo lo adoró sin un reproche.
Los ángeles cantaron su alabanza,
y un coro de pastores, humildemente,
rindió su corazón en esperanza.
El pesebre brilló, siendo evidente,
que allí floreció la fe, la confianza,
y en la tierra la gracia fue presente.