Arde en mi pecho un fuego sin sosiego,
brasa furtiva en sombras encendida;
mi piel se torna cárcel y herida,
un cáliz donde bebo y donde anego.
Tu voz es labio, tacto, sangre y ruego,
como un puñal de luna sumergida,
que danza, fiera, lúcida y temida,
por los abismos rojos donde juego.
Si alzo la mano, el aire es un gemido,
se quiebra el tiempo, el pulso se desvela,
y todo amor es vértigo encendido.
Mas si me miras, calla mi alma en vela,
y en la pasión se torna el sueño herido,
ceniza errante en púrpura candela.