Es el odio que el odio genera,
una llama que nunca se apaga,
un eco que en sombras espera
y en cada rincón se propaga.
Es la herida que nunca cicatriza,
la espina que el alma sostiene,
un veneno que el tiempo desliza
y en el pecho doliente se cierne.
Se nutre del miedo y del duelo,
del rencor que en la sangre persiste,
se alza en la voz como un duelo
y en la mirada insomne resiste.
Es el odio que el odio alimenta,
un río que arrastra y no cesa,
una pena que nunca se enfrenta,
un laberinto sin tregua ni puerta.
Más en su furia, en su fuego sombrío,
se ahoga la risa, se pierde la calma,
y el alma, que busca un resquicio,
se vuelve ceniza, se queda sin alma.
Pero aún en la noche más honda,
donde el odio se extiende y enreda,
queda un resquicio de aurora
si el amor decide su entrega