No es deshojarse al viento del tiempo,
ni rendirse a la sombra que avanza,
es erguirse, aún árbol sin miedo,
y abrazar cada grieta en la savia
como huellas de luz en el cuerpo.
No es naufragar en los días pasados,
ni llorar lo que huye de prisa,
es hallar en la brisa un refugio,
escribir con la risa en el aire
la certeza de un tiempo fecundo.
Porque el alma no cuenta los años,
sólo suma los fuegos vividos,
y en la lenta cadencia del alba
brilla el oro sereno del trigo
que madura en la tierra callada.