Silente mora el tiempo en vastos corredores,
tejido de penumbras que el alma no sosiega;
la sombra, en su misterio, despacio se despliega,
guardando entre la niebla secretos y temblores.
El cielo, en su grandeza, destila resplandores,
su bóveda infinita la eternidad reniega;
y el viento, como un canto, los días desintegra,
perpetuando en la roca memorias y clamores.
El mar, eterno amante, su espuma en roca deja,
y en ella se dibuja la historia primitiva,
de un cosmos que palpita sin pausa y sin frontera.
Y cuando la noche sus ansias apareja,
la flor del infinito, sublime y fugitiva,
corona en el silencio su danza pasajera.