En la tarde de Córdoba eterna,
donde el olivo sueña al compás del viento,
brotan suspiros de mujer morena,
flor de azahar con un alma de misterio.
Velos de sombra envuelven sus ojos,
lagos oscuros donde habita el duelo,
y en su mantilla, tejida de antojos,
guarda secretos que murmura el cielo.
Su piel es luna que la noche adora,
sus manos canto de guitarras rotas,
y en sus labios, la copla que implora
el fuego antiguo de amores y derrotas.
En la taberna, un fandango llora,
mientras la sangre del vino se entrega;
y en cada trazo del pintor que implora,
vive el alma andaluza que nunca reniega.