El tiempo corre, firme y sin clemencia,
sus pasos laten hondo en la conciencia,
y todo lo que amamos en su esencia
se pierde entre las sombras de su ausencia.
El día nace puro en su inocencia,
mas muere tras la noche en su cadencia,
y deja en nuestra piel la experiencia
de un sueño que se borra en su insistencia.
¿Es libre quien no teme al cruel olvido,
quien danza con la vida sin temores,
y afronta cada hora sin sentido?
Quizás en sus abismos y dolores
hallamos el fulgor jamás perdido:
la eternidad vibrando en sus rumores.