Yo creo que mi padre
me alentó a la inversa,
desde la ironía,
desde el filo de su risa.
Delante de los amigos,
en cenas donde la palabra
era un plato frío,
me señalaba:
“Este es el poeta,
este es el loco,
este es el raro”.
Y yo,
con mi rareza a cuestas,
aprendí a caminar
por los bordes del silencio,
a abrazar la sombra
que su burla me arrojaba,
a escribir en los márgenes
lo que el centro no entendía.
Padre,
no sé si te diste cuenta
de que tus risas eran agua
y mis raíces, sedientas.
Que en tu ironía había fuego
y en mi pecho, cenizas listas
para arder.
Soy el poeta,
el loco,
el raro.
Y tus palabras,
aunque torcidas,
fueron mi aliento,
mi brújula de viento.