Despiadado y oscuro es el entorno,
Donde el hombre acecha al prójimo como alimaña,
Cual fieras en la penumbra de la entraña.
Ávido de poder, riqueza y sinsabor,
Devora sin piedad al más débil y menor,
Dejando a su paso un rastro de dolor.
En la jungla de asfalto, metal y opresión,
Se calzan garras de atroz ambición,
Despojando al semejante de su condición.
Desconfianza y codicia, el alimento
Que alimenta las fauces de este lobo hambriento,
Devorando a su hermano sin remordimiento.
Mas dentro aún late un corazón,
Que clama por la empatía y el buen trato,
Por reconocer al otro como reflejo y acto.
Quizás así, este lobo pueda transformarse
En custodio y guardián de su manada,
Construyendo un mundo donde impere la paz anhelada.
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El hombre, lobo del hombre
En la selva de concreto,
El hombre acecha en silencio,
Con ojos de lobo hambriento,
Y en el alma un frío intenso.
Busca poder y riqueza,
Devora sin compasión,
Dejando a su paso pena,
Y un rastro de destrucción.
Con garras de ambición fiera,
Despoja al otro de todo,
La humanidad se le niega,
Se convierte en otro lobo.
Mas late aún, escondido,
Un corazón que palpita,
Que anhela ser comprendido,
Y hallar bondad infinita.
Quizás pueda el lobo un día,
Verse en los ojos del otro,
Y encontrar la empatía,
Para ser hermano, no monstruo.